El ciudadano atento
Eliseo el voceador
Dr. Luis Muñoz Fernández
Muchos piensan que lo que impulsa la historia de la humanidad son solamente los grandes acontecimientos: guerras, revoluciones, grandes avances científicos, las corrientes artísticas que marcan una época, el quehacer de los gobiernos y, sobre todo, la influencia de líderes providenciales que son capaces de cambiar el estado de las sociedades. Esto último lo sufrimos en carne propia.
Sin embargo, no todos estamos plenamente convencidos de esa idea. Aunque silenciosa, la influencia de millones de ciudadanos anónimos tiene un peso específico en la evolución de los acontecimientos que marcan el acontecer de la humanidad. Elisa Ferrer, al prologar la recopilación como libro de las columnas que la escritora Almudena Grandes (1960-2021) publicó quincenalmente en El País Semanal entre 2005 y 2021 (Escalera interior. Tusquets, 2025), expresa lo siguiente:
“En medio de un conflicto geopolítico, Almudena ponía el foco en lo pequeño. Porque lo épico, la mayoría de las veces, se encuentra en los detalles, como en ese canto de La Eneida de Virgilio, donde lo que se esconde en la alcoba es más importante que lo que sucede en el campo de batalla. Lo épico está en lo íntimo, en los actos individuales que terminan por conformar lo colectivo, pues la Historia, con mayúsculas, no se compone tanto de las grandes decisiones y movimientos, como de las vivencias. La memoria se construye a través de los actos de quienes fuimos, de quienes somos. Momentos mínimos que relatan nuestra Historia con mayúsculas, quizás más de lo que nos cuentan las batallas cuando hablamos de ejércitos sin saber el nombre de sus soldados, sin conocer su rostro, una masa dirigida por un general cuyas emociones desconocemos”.
Por eso hoy quiero escribir sobre Eliseo Salas Díaz, que está a punto de cumplir 52 años, 40 de los cuales ha trabajado como voceador. Una vida que, siendo común, es a la vez extraordinaria y nos enseña más pundonor, dedicación y valores morales que muchos tratados filosóficos. Lo pueden ver en el camellón de Avenida Universidad, casi esquina con Avenida de la Convención de 1914, con el rostro atezado por el sol y las arrugas que son testigos de las muchas horas pasadas a la intemperie.
En su pequeño espacio, acompañado de sus hermanos en los camellones que convergen en ese cruce, Eliseo se yergue todas las mañanas con su atuendo característico, un sombrero de tela azul y ala ancha y una bata del mismo color que me recuerda las que usaba mi padre en la fábrica. Por cierto, él ya le vendía periódicos y revistas a mi progenitor. Cuando se casó con Irene, nos invitó a Lucila y a mí como padrinos de velación y desde entonces hemos ido tejido un afecto que ha resistido el tiempo, pespunteado por los encuentros para adquirir periódicos y revistas. Cuando Proceso era semanal, el ejemplar que le compraba a Eliseo pasaba después a mi hermano y luego a sus conocidos que devoraban aquellos artículos con fruición. Tanto apreciaban la revista, que preguntaban por ella cuando no les llegaba a tiempo. Más de una vez les tuve que pedir paciencia.
Con su humilde trabajo de voceador, Eliseo le ha dado carrera universitaria a sus cuatro hijos: un administrador de empresas, una psicóloga, una educadora de preescolar y una laboratorista clínica que también quiere ser dentista. Atiende a sus clientes con especial esmero y simpatía salpicada con dichos como “Qué me dura la viejita” (cuando completa dinero del cambio para el cliente), “El que es perico, dondequiera es verde” o “En la vida ser el gobernador no lo es todo, sino ser el mejor en lo que hagas”. Algunos de nuestros funcionarios, a menudo ineptos y soberbios, deberían tomar nota.
El pasado 13 de marzo de 2025 se presentaron ante Eliseo dos policías estatales ejecutando supuestas órdenes del Gobierno del Estado para desalojarlo de su lugar de trabajo. No pudieron lograr su torvo propósito porque los ciudadanos tomaron fotos de aquel abuso de autoridad y las divulgaron en las redes sociales. La sevicia de los jenízaros quedó al descubierto y se retiraron frustrados.
Vidas como las de Eliseo comprueban que debemos cultivar “lo bajo, lo común, lo cercano”, como decía Emerson. Cualquier persona, por sencilla que sea, nos descubre el sentido de la vida.
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